Y de repente se abre la puerta y se interna en un planeta desconocido con lengua, sonidos, espacios, caras, normas, rutinas nuevas... donde el recibimiento puede extenderse desde la curiosidad más descarada, pasando por el rechazo hasta la ignorancia más absoluta, un entorno extraño que, por añadidura, no ha pedido ni buscado.
Incapaz de gestionar tal aluvión de acontecimientos, es posible que su respuesta también llegue a alcanzar cualquier punto que se acerque a un peligroso extremo, el de buscar la invisibilidad del aislamiento o el de esconder su miedo en la agresividad, todo depende de la lógica de su trayectoria vital, desconocida por los que están, le permita...
Y de repente se abre la puerta y entra un desconocido en su planeta. Un elemento nuevo que sacude el equilibrio del ecosistema de su aula. Ha de acogerlo de la mejor manera posible, pero es difícil, porque lo que necesita es una atención individualizada, precisamente lo que más le cuesta ofrecer.
Sabe de la importancia de esos primeros momentos, y no pierde tiempo. Utiliza el mejor recurso de que dispone para incluirlo en el grupo, que no es otro que sea él mismo, el grupo, el que se haga cargo de absorberlo, de hacerlo suyo. Y de la manera más delicada y menos avasalladora: el grupo en su mínima versión, el compañero-tutor.
Esta figura ofrece múltiples ventajas que no sólo alcanza al recién llegado al poder recibir lo nuevo en pequeñas dosis, sino que se convierte en una oportunidad inmejorable para los que ya están al asumir responsabilidades (acompañarlo, ayudarle en las tareas, admitirlo en sus juegos...) y de enriquecerse con el conocimiento y respeto hacia nuevas realidades y culturas.
Y con un adecuado sistema de rotación, el beneficio alcanza a todos, al mismo tiempo que el compañero nuevo va dándose cuenta de que ese planeta al final no le resulta tan desconocido ni temible, porque esos que tiene alrededor no son tan diferentes como creía al principio.
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